sábado, 25 de mayo de 2013

"Mil grullas" para despedirte , querida Elsa Bornemann.




Las Mil grullas de
 origami
 (千羽鶴 Senbazuru)
 son un compendio
 de mil grullas de
 origami unidas por
 cuerdas.

Una antigua leyenda japonesa promete que cualquiera que haga mil grullas de papel recibirá un deseo de parte de una grulla, tal como una vida larga o la recuperación de una enfermedad.
Las mil grullas de origami se han vuelto un símbolo de paz, debido a la historia de Sadako Sasaki (1943-1955), una pequeña niña japonesa que deseó curarse de su enfermedad producida por la radiación de una bomba atómica (leucemia).
Existe un cuento de Elsa Bornemann, "Mil grullas",  que trata el mismo tema: Naomi Watanabe y Toshiro Ueda son dos adolescentes de Hiroshima y él está visitando a sus abuelos, en la aldea de Miyashima cuando cae la bomba.
 Y luego la encuentra a Naomi en un hospital tratando de hacer grullas, Toshiro completa las mil y se las entrega a la chica, pero ésta muere horas después.


-comparto un fragmento de este cuento bellísimo que Elsa dejó para sus lectores,quienes quedamos con el único consuelo posible: -leerla, difundir su literatura, hacer que su obra sea leída por niños y jóvenes en nuestras escuelas a lo largo del país,- gracias Elsa Bornemann por tu obra, por una vida de poesía y de palabras !!!



                                      "Mil grullas"  de Elsa Bornemann.


"Naomi Watanabe y Toshiro Ueda creían que el mundo era nuevo. Como todos los chicos. 
Porque ellos eran nuevos en el mundo. Tambíen, como todos los chicos. Pero el mundo era ya muy viejo entonces, en el año 1945, y otra vez estaba en guerra. Naomi y Toshiro no entendían muy bien qué era lo que estaba pasando. 
Desde que ambos recordaban, sus pequeñas vidas en la ciudad japonesa de Hiroshima se habían desarrollado del mismo modo: en un clima de sobresaltos, entre adultos callados y tristes, compartiendo con ellos los escasos granos de arroz que flotaban en la sopa diaria y el miedo que apretaba las reuniones familiares de cada anochecer en torno a la noticia de la radio, que hablaban de luchas y muerte por todas partes. 
Sin embargo, creían que el mundo era nuevo y esperaban ansiosos cada día para descubrirlo. 
¡Ah... y también se estaban descubriendo uno al otro! 
Se contemplaban de reojo durante la caminata hacia la escuela, cuando suponían que sus miradas levantaban murallas y nadie más que ellos podían transitar ese imaginario senderito de ojos a ojos. 
Apenas si habían intercambiado algunas frases. El afecto de los dos no buscaba las palabras. Estaban tan acostumbrados al silencio... "







Febrero de 1976. 
Toshiro Ueda cumplió cuarenta y dos años y vive en Inglaterra. Se casó, tiene tres hijos y es gerente de sucursal de un banco establecido en Londres. 
Serio y poco comunicativo como es, ninguno de sus empleados se atreve a preguntarle por qué, entre el aluvión de papeles con importantes informes y mensajes telegráficos que habitualmente se juntan sobre su escritorio, siempre se encuentran algunas grullas de origami dispersas al azar. 
Grullas seguramente hechas por él, pero en algún momento en que nadie consigue sorprenderlo. 
Grullas desplegando alas en las que se descubren las cifras de las máquina de calcular. 
Grullas surgidas de servilletas con impresos de los más sofisticados restaurantes... 
Grullas y más grullas. Y los empleados comentan, divertidos, que el gerente debe de creer en aquella superstición japonesa. 
-Algún día completará las mil... —cuchicheaban entre risas— ¿Se animará entonces a colgarlas sobre su escritorio? 
Ninguno sospechaba, siquiera, la entrañable relación que esas grullas tienen con la perdida Hiroshima de su niñez. Con su perdido amor primero. 


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